Ayer te vi por primera vez. Y fue amor a primera vista.
Llegué cansada, con el pelo revuelto, los ojos enrojecidos, la mente rogando por una cama. Pero yo sabía que vos ibas a estar ahí, por lo que una invisible energía recorría mi cuerpo, que se negaba a entregarse a la comodidad para ser por un rato más esa señorita que todos esperan que sea. Vi tu auto estacionado en la entrada y sentí un escalofrío al pensar que vos estabas adentro: había esperado tantos meses para finalmente conocerte, y ahora vos estabas ahí.
Miento, yo ya te conocía. El Facebook es una herramienta fantástica cuando de achicar fronteras se trata. Una gran colección de fotos había resultado en que yo ya supiera cómo es tu cara, qué ropa te gusta usar, de qué gente te rodeás. Pero nunca te había tenido realmente enfrente de mí. Nunca había escuchado tu voz, nunca me había imaginado que tu sonrisa podría derretir el glaciar más inmenso, nunca había sentido un cosquilleo insoportable por tu mera presencia.
Antes de que pudiera pasar al jardín, mi mamá me interceptó en la cocina: “No sabés lo que es A., taaaan educado, divino, muuuuy lindo chico, andá a saludarlo, dale andá, está ahí afuera, aprovechá”. Mi pulso seguía ascendiendo, hasta que finalmente te vi. Con mis propios ojos, sin una pantalla de por medio, sólo vos y yo. O por lo menos eso fue lo primero que pensé.
Vos y yo. Riendo. Compartiendo. Avanzando. Mirando una película o discutiendo por qué crece la inflación. Vos me explicás y yo te escucho. Después yo te explico la magia del teatro y vos me escuchás. Nos maravillamos el uno del otro. Aprendiendo. Deseándonos. Tocándonos.
Intento por todos los medios posibles hacerte entender que soy la indicada para vos. Vos conmigo serías feliz, y no te imaginas lo feliz que yo sería con vos. Vos todavía no lo sabés, pero yo sí. Haceme caso. Confiá en mi. Date cuenta.
Me hago la linda, te saludo y cruzo cinco oraciones con vos. Sonrío, me muestro alegre, quiero que me quieras. Necesito que me quieras, lo necesito desesperadamente. No puedo permitir que esa adrenalina se termine, no puedo volver al aburrimiento de la desesperanza. No puedo.
Llega más gente, me cuesta concentrarme, quiero parecer perfecta. Por ahora voy bien, pero si me quedo más la cago. Al fin y al cabo, nadie vino a verme a mí. Esta no es mi cena, estos no son mis amigos, este no es mi lugar. Con dolor en el alma me despido, siendo siempre una lady.
Pasan tres horas. Durante esos 180 minutos, debo haber pensando en vos mínimo 150 de ellos. Me estoy volviendo loca, quiero desesperadamente hacer algo pero sé que no puedo. Fantaseo con lo que haría si yo no fuera yo: iría al jardín, te miraría y te diría: “soy toda tuya, estoy por ir a mi cuarto, te espero ahí”, o tal vez algo más romántico: “desde que te vi no puedo parar de pensar en vos, no te conozco pero ya te quiero”. Me río. Yo nunca haría eso. No teniendo en cuenta que estás con otras cinco personas a las que conozco perfectamente, que durante los meses que viene te voy a cruzar (espero) muy a menudo, que quedaría como una loca de remate.
Voy al espejo, me arreglo el pelo, voy a donde vos estás y les digo a todos “me voy a dormir así que me despido, buenas noches”, quedando como una perfecta idiota, como una maestra que les avisa a los alumnos que debe retirarse al baño un momento, como alguien que se cree más importante de lo que es. Escucho tu voz, entre las de los demás, que se despide con un “chau, buenas noches”.
Vos te vas, yo me quedo. No duermo. No puedo. Tengo tantas ganas de vos que duele. Duele el saber que faltan varias semanas hasta que te vuelva a ver. Duele el haber escuchado cuando decías que “me gusta como se viste Pía”. Duele el no tenerte.
Me zambullo en la rutina, apelo a mi racionalidad, intento hacerme entender de todas las formas posibles que sos un perfecto desconocido y que nuestro encuentro no significó absolutamente nada para vos. Y sin embargo, algo en mí cambió. Porque decidí que no quiero seguir buscando ahora que ya te encontré. Porque me di cuenta de que no te voy a poder tener. Porque este castillo de cristal, construido sobre un terreno transparente, me renueva el espíritu y las ganas de ser mujer.