
¿Cuántos de nosotros pensamos realmente que nos vamos a morir? La respuesta común es la obvia: todos. Pero esa no es mi pregunta. Mi inquietud es cuántos, realmente, pensamos que nos vamos a morir. Sentirlo, aceptarlo, verlo como el único final posible de la película que es nuestra vida.
Por supuesto, todos conocemos las reglas del juego: nacemos, vivimos, morimos. Tres etapas básicas que pueden diferir en su longitud, pero que siempre se cumplen. Hasta el bebé que muere en el parto tuvo un breve instante de lucidez, así como el anciano que a los cien años se despide de este mundo.
A lo que yo apunto es a si somos capaces de imaginarnos sin vida. Si podemos entender que en un futuro, tal vez no muy lejano, todo lo que nos rodea va a seguir igual, pero vamos a faltar nosotros. Si pensarnos como humanos nos es posible o si, en cambio, nuestra omnipotencia evita que nos demos cuenta de nuestra condición.
Es justamente esa omnipotencia la que nos nubla la visión y nos aleja de la conciencia. El “yo puedo todo”, tan común en nuestros tiempos y en nuestras sociedades, es el responsable de que hasta a la finitud queramos ganarle. Todo nos hace pensar que si hacemos deporte nunca nos enfermaremos, que si ejercitamos nuestras neuronas éstas permanecerán jóvenes, que si estamos ocupados con mil actividades el tiempo se prolongará para que lleguemos a realizarlas, que si nos sometemos a dolorosas cirugías estéticas nuestros cuerpos no envejecerán, que si la medicina sigue avanzando como lo ha hecho en las últimas décadas pronto ningún mal podrá con ella. Los resultados, sin embargo, nos muestran lo contrario.
Puede ser que las muertes no sean causadas, como sí era en el pasado, por crisis agrícolas, guerras o epidemias. Lo cual no significa que los motivos de los fallecimientos sean más placenteros: picos de stress, choques automovilísticos, paros cardíacos, Alzheimer, accidentes estúpidos. No hay triple bypass, auto blindado ni médico excelente que logre mantenernos vivos indefinidamente. Porque esto es imposible.
La naturaleza, Dios, una fuerza superpoderosa, o como más nos guste llamar a ese “algo”, se esfuerza por darnos señales del inminente fin. “Gustavo murió a los 54 años de cáncer”, “Mi abuelo no se acuerda ni siquiera de su propia familia y tiene problemas de movilidad”, “La mamá de Denise se cayó por el balcón y falleció en el instante”, “Las vidas de Josh y Tomi se terminaron cuando tenían apenas 16 años”, “La madre de Ceci tuvo un accidente de auto terrible… quedó paralítica y con secuelas mentales”, ¡¿cuántos ejemplos más necesitamos para afrontar que nadie vive por siempre?!
A veces, a quienes pensamos un poco más y funcionamos un poco menos por inercia, se nos tilda de apocalípticos. Sin embargo, no estamos anticipando ningún fenómeno extraordinario ni poco probable. Simplemente reflexionamos sobre lo más global que existe.
Llega un momento en el que debemos hacer el duelo por nuestra propia muerte. Tanta angustia provoca profundizar en esta realidad, que me vi en la necesidad de pedir ayuda. Mi terapeuta escuchó mi planteo, me miró a los ojos seriamente, y me dijo: “Cuanta más conciencia tengamos de la muerte, más conciencia tenemos de que estamos vivos”. Pocas veces he escuchado palabras tan sabias.
Personalmente, no encuentro muchos remedios ante el devastador descubrimiento que representa la verdadera e infalible universalidad de la muerte. Si lo tuviera, muy posiblemente no estaría viva (¡qué irónico!). La única “solución” que he encontrado, por ahora, es disfrutar minuto a minuto la vida. No me cabe ninguna duda de que ésta estará llena de disgustos, pero si logramos disminuirlos y en cambio aumentar los momentos de felicidad, nuestro paso por este mundo habrá tenido un mayor sentido.
No envidiamos a la gente que tiene mucho dinero, muchos hijos, mucho tiempo libre. Envidiamos a quienes viven relajados, a quienes buscan el disfrute intenso, a quienes no gastan sus energías en problemas sino en el goce de lo más simple.
Hoy estamos acá. Vivamos.
Vivir el momento presente, carpe diem, sí, hace mucho tiempo que nos planteamos esto. Creo que a mí no me asusta tanto mi propia muerte como la de los que me rodean, la gente que quiero. Vos por ejemplo! (Ojalá vivamos juntas muchos años de amistad!)
ResponderEliminarMe pregunto si será mucho, pero dejo un par de citas alusivas al tema (espero te gusten/sirvan de algo):
"Estamos aprendiendo a vivir con lo que es ahora. Y qué es ahora? La respiración es ahora. El cuerpo es ahora. Es solo la mente la que vuela entre mañana y ayer."
"En el instante en que abandonas la mente pequeña, te vuelves libre."
"Cuando tu mente está deseosa del futuro, continuamente planificando el futuro, entonces no está feliz."
"Cuando te relajas, tu mente puede estar en el momento presente más y más y más y más. Tú puedes sonreír y reírte desde lo más profundo de tu corazón. La vida se vuelve más simple y más cómoda."
"¿Cómo puedes sentirte infelíz por lo que fuere? ¡No lo comprendo! La vida es tan corta."
"La existencia de un solo pensamiento en la mente puede restringir tu conciencia, la totalidad de tu conciencia. ¿Qué tan grande es tu mente? ¿Cuán vasta es tu vida? Existen tantas cosas en la vida. Un pensamiento pequeño, insignificante, una cosa insignificante puede nublar todo tu discernimiento."
Perdón te llene de citas, yo también debería aprender algo al respecto ja! Un beso grande linda :)