
En todo grupo de amigos hay un negro y un gordo. Siempre.
Como mujer, estos calificativos no dejan de llamarme la atención. Está bien, acepto que muy de vez en cuando aparece una negra (pero generalmente se debe a que está con un bronceado espléndido después de asarse al sol una tarde entera), y cuando nuestro novio nos llama gorda nos derretimos por el simple hecho de que intentó usar un calificativo cariñoso hacia nosotras (incluso si eligió ese preciso adjetivo al que más le tememos). Salvo estas excepciones, nunca, NUNCA, se me ocurriría llamar a una amiga de alguna de estas formas.
En el fondo, ¿qué tan diferentes somos las mujeres de los hombres? Sí, es cierto, una vez por mes sentimos que nos desangramos y que estamos viviendo un cruel aborto natural, tenemos obsesiones con objetos tales como esos que nos ponemos en los pies y en los que guardamos nuestras millones de cosas, hablamos-hablamos-hablamos (el 99% de las veces más de lo que hacemos), no entendemos la diferencia entre los diferentes autos (y menos que menos entre los distintos tipos de nafta, ¿¡a quién se le ocurre que encima en cada estación de servicio los llamen con otro nombre!?), nos sobresale algo del tren superior pero no del inferior, de chiquitas nos visten única y exclusivamente de rosa y nunca de celeste (no vaya a ser cosa de que nos confundan, qué horror), no nos vemos como animales sexuales sino como ladies, desconocemos el significado de palabras tales como “engranaje” y “tomacorriente”, la palabra vida es un sinónimo de dieta (o, cuando somos de tener poca fuerza de voluntad, de “realmente me tendría que poner a dieta”), amamos “ir a tomar un cafecito” con amigas, hacemos pipí paradas (qué quilombo), y de uno de los tres diminutos agujeros que poseemos (además del pupo y de los miles de poros de los que nos crecen esos odiados pelos que se van sólo con dolorosísimos tirones de cera hirviendo) salen personas. Copado.
Aunque sí, claramente somos diferentes, me niego a pensar que al mismo tiempo no seamos parecidos. En el fondo todos tenemos un cuerpo que consta de una cabeza-un torso-dos brazos-dos piernas (generalmente), emitimos sonidos que a menudo se convierten en palabras, necesitamos lo que tiene el vecino y SIEMPRE queremos más de lo que tenemos (que, irónicamente, a su vez es más de lo que necesitamos), nacemos, morimos, comemos, dormimos, crecemos, amamos. Casi siempre.
Entonces, ¿qué pasa con los apodos? ¿Por qué la sinceridad es válida entre los chicOs pero no entre las chicAs? Sólo una vez intenté copiarlos, y el resultado no fue lo que yo llamaría exitoso:
Mi amiga A. había estado más de un año de novia. A. es muy linda, realmente muy linda. A. cortó con su novio, y automática e inmediatamente los integrantes del género masculino demostraron por qué a veces se los trata de bestias. Tras un fin de semana sin vernos ni hablar, le pregunté qué tal había pasado los días de descanso, a lo que A. respondió muuuy bien el sábado fui a una fiesta y estuve con Mati y después vino Bubu y se me tiró y yo medio que quería estar con él así que me lo chapé y el domingo salí con mi amigo Marcos el que te había contado y estuvimos también pero no sé qué va a pasar ahora. Mi reacción fue desmedida, fatal, imperdonable. Sí, lo acepto, no sé si fue por la envidia que me provocó el saber que ella fue prácticamente acosada por diversos hombres mientras que por casa el terreno anda bastante árido, o porque realmente sentí que mi amiga A. había abusado de los beneficios que su belleza puede llegar a traerle, o porque pensé que era una gata (puta). Le dije, entonces, ah bueno, no perdés el tiempo vos eh! Automáticamente me arrepentí. Vi en sus ojos primero sorpresa, que se transformó en incomprensión y culminó con una mueca de descreimiento: ¿¡vos me estás llamando puta a mí!? Sí. Nooo, ni ahí, quería decir que como estuviste tanto tiempo con Joaco ahora es como que aprovechás de tu libertad, está buenísimo, me parece bárbaro, feliz de vos, te felicito, che qué bueno en serio, me re alegra, contame qué tal estuvo cada uno. Qué horror, mi cuota de sinceridad entre amigas termina acá.
La falta de honestidad entre las chichis se repite a la hora de la conquista. Hace un tiempo conocí a un chico que me encantaba, ME ENCANTABA (sabe Dios o no sé quién lo difícil que es que eso pase; amén). Como me gustaba tanto tanto tanto, mi actitud hacia él no era la más indicada al momento de buscar resultarle atractiva: manos transpiradas, tropezones, ir al baño cada cinco minutos de los nervios, chistes pééésimos, etc. En una cita doble, tras una de mis habituales andanzas, le pregunté a mi amiga qué tal le pareció que yo había estado. Sin dudarlo me respondió divina, una diosa, posta que no hay chance de que no se enamore perdidamente de vos, sos el sueño de todo pibe. Sólo cuando tras unas semanas la relación claramente no prosperó logré que me confesara que había estado torpe, boluda, incapaz de conquistar hasta a un palmito.
Lo mismo había pasado antes, cuando el comienzo del vínculo era inminente. Lo había buscado por MSN (sí, hoy en día tenemos Facebook-chat y BB-messenger, pero esto fue hace unos años) a ese amor platónico y ME HABÍA ACEPTADO, qué nervios, y ahora qué hago. Mis amigas, por separado, decían todas lo mismo: hablale, total no perdés nada. Ok. Le hablo. Le hablé. Bien, linda charla, me dijo todo lo que yo por supuesto ya había averiguado sobre él (el sinónimo de una adolescente enamorada podría ser “stalker”), buena onda. El problema llegó a los dos días: se vuelve a conectar, no me habla… ¿le tengo que volver a hablar yo? ¿o es una y una? ¿hasta cuántas veces puede empezar una la conversación? Nuevamente mis picotes (como dice mi abuela) se hicieron presentes: sí, volvé a hablarle, es hasta que él se enganche y ahí vas a ver que te empieza hablar él, no pasa nada, sin vergüenza. Resultado: diez conversaciones comenzadas por moi, posterior eliminación de mi nombre de su lista de contactos. Au revoir!
Entonces, ¿empezamos a mostrar lo que realmente pensamos o no? ¿Dejamos de escuchar a nuestras colegas que mienten por donde se las mire (al igual que, obviamente, nosotras les mentimos a ellas)? El problema principal y que, creo, explica la falta de honestidad entre mujeres, es que nos tomamos todo taaan en serio. Si nos propusiéramos ser un poco más lógicas entre lo que pensamos y hacemos tendríamos que aprender a aceptar que no somos tan fantásticas como nos dicen, que si un chico no demuestra interés probablemente sea porque no tiene interés, que lo mejor que podemos hacer es ser sinceras con nosotras mismas- y con el resto. Al menos de esa forma yo tendría una amiga y un posible-novio más.